Manufactura

Tras la cosecha de las perlas, que tiene lugar en la época más fresca, se lavan con abundante agua dulce y se clasifican groseramente en lotes que posteriormente son subastados a las industrias manufactureras. Estas llevarán a cabo las operaciones necesarias hasta verlas transformadas en una pieza de joyería.

A diferencia de las perlas de imitación, dos perlas, cultivadas o silvestres, nunca son exactamente iguales. Cada una tiene su propia forma, tamaño, lustre, color y pureza, por lo que combinar perlas para un collar, un par de pendientes o cualquier joya, exige un gran sentido de la estética y armonía. No hay otra forma de hacerlo que servirse de la subjetiva opinión de profesionales con gran conocimiento y experiencia.

Las perlas, salvo las procedentes de los Mares del Sur, tras ser sumergidas en una solución al objeto de librarlas de cualquier impureza orgánica que pudiera ser causa de decoloraciones o tachas naturales, serán clasificadas, en primer lugar, por tamaños haciéndolas pasar por cribas de diferentes calibres.

En segundo lugar, dentro del mismo calibre, se clasifican las perlas por su calidad, atendiendo a su brillo, pureza de su nácar, forma y color siendo esta, sin duda, la fase más delicada y donde se exige la excepcional pericia a la que antes hacíamos referencia, determinando el destino de cada perla

Las destinadas a collares, la mayoría de las perlas cultivadas, serán perforadas axialmente, procurando elegir la dirección adecuada en función de la superficie de la gema, siendo esta una labor que requiere extremado cuidado y precisión. Una ligera desviación del eje podría arruinar la perla.

El siguiente paso es agrupar o combinar las perlas que serán destinadas a lucir juntas, en la misma joya, lo que exige de nuevo elegir de entre miles de ellas aquellas que formen un conjunto armónico en su calidad y apariencia y puedan ser ensartadas juntas para crear un hermoso collar. Esta operación depende, desde luego, del tipo de collar al que vayan destinadas.

Con el nombre genérico de collar nos referimos a lo que todos entendemos por tal, una sucesión de perlas enfiladas y ensartadas, con broche visto o sin él, que se lucen colgadas del cuello. Hay, no obstante, varios tipos de collares que describiremos a continuación:

Collar corto (30-33 cm). Compuestos generalmente de tres o más vueltas de la longitud indicada, ajustados a la parte media del cuello. Con un estilo muy victoriano y lujoso, estos collares combinan muy bien con modelos elegantes con cuello en V, en caja o con los hombros desnudos (Fig. 1).

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Gargantilla (35-40 cm). Collar de perlas de una vuelta, ajustada al nacimiento del cuello, que constituye seguramente el más clásico y versátil. Una simple gargantilla de perlas combina prácticamente con cualquier prenda de vestir, ya sea sport o un elegante vestido de noche, así como con cualquier escote (Fig. 2).

Princesa (43-48 cm). La longitud del collar princesa es la más adecuada para cuellos redondos y altos, complementando también escotes muy bajos. Es el compañero ideal para un pendiente o accesorio de perlas (Fig. 3).

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Matiné (50-60 cm). Un poco más largo que el princesa, pero más corto que el Ópera, el collar matiné es la selección perfecta para llevar con ropa sport, de trabajo, o poco convencional (Fig, 4).

Ópera (71 a 86 cm). Este collar, mostrado en una única vuelta, es la reina de todos los modelos. Es refinado y perfecto para escotes altos, cerrados o redondos. Si se luce en dos vueltas, puede ser utilizado como gargantilla (Fig. 5).

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Cuerda (más de 110 cm). Elegante y sensual, este collar, favorito de Coco Chanel, permite múltiples combinaciones si se sitúan broches ocultos en los lugares adecuados del mismo, de modo que puede convertirse en collar de varias vueltas, brazalete y cualquier otra combinación. Imprescindible para disponer del juego completo de perlas para el cuello (Fig. 6).

“Chute”. Collar de perlas de diferente tamaño, ordenadas de modo que la más gruesa se encuentra en el centro, disminuyendo el tamaño de las demás a medida que se acercan al cierre.

El enfilado de un collar consiste en hacer pasar un hilo textil de suficiente resistencia (algunos joyeros recomiendan que sea de seda) y hacer un nudo entre perla y perla, rematando los extremos en ambas partes del broche o cierre elegido. Esta tarea no es algo banal, sino que tiene por objeto que no se pierdan las perlas en caso de rotura del hilo, evitar que estas se rocen entre sí, lo que acabaría dañándolas, hacer los collares más flexibles y más resistentes a la rotura, además de que con menos piezas puede obtenerse un collar más largo. Cuando se trata de perlas muy pequeñas o de “keshi”, se suelen anudar cada ocho o diez piezas.